La muerte no acostumbraba a recorrer la capilla, ni la casita del portero. Tampoco las cocinas ni el pequeño acueducto que, en el deshielo, acercaba agua fresca y cristalina desde las cumbres. Porque la muerte, con su halo de inquietud y paciencia, acechaba en la segunda planta. Un día tras otro, en esa desigual cacería inapelable, se cobraba allí, escaleras arriba, sus indefensas presas. Era el Sanatorio Antituberculoso de Murcia, conocido como Sanatorio de Espuña y ubicado en Alhama de Murcia.
Durante décadas, miles de enfermos recibieron tratamiento entre aquellas paredes, que hoy el sentir popular tiñe de oscura leyenda. Los pacientes ocupaban primero la planta baja del edificio, repartido en tres alas, en un régimen abierto que les permitía cierto contacto con el exterior. Aunque, con demasiada frecuencia, la plácida contemplación de los pinares se ensombrecía cuando el carro del sepulturero, con su traqueteo de muertos recientes, se acercaba desde Alhama para recoger cadáveres. Fue necesario habilitar un depósito. La enfermedad, incurable en el 70% de los casos hasta bien entrado el siglo XX, animó a un grupo de murcianos a construir este centro, para mitigar los terribles efectos que producía. Y era la segunda planta del edificio la dedicada a los pacientes terminales, aislados del resto. Morían tras sufrir una larga agonía.
El proyecto fue presentado, con gran acogida de la ciudadanía, en el año 1913, en cuyo último trimestre se colocó la primera piedra. En la carta fundacional se leía que «el día primero del año nos constituimos esta media docena de murcianos en asociación benéfica para crear un sanatorio-hospital antituberculosos, sometida al protectorado del Gobierno español y a la Dirección Espiritual de la Iglesia Católica».
El impulso definitivo a las obras fue un logro de Isidoro de la Cierva, notario y político, hermano del que fuera ministro de varias carteras bajo el reinado de Alfonso XIII. A don Isidoro, también ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, se le debe el auge en Murcia del movimiento juvenil Exploradores de España. Su entrega a los más necesitados le valió el sobrenombre de Cierva el Bueno.
Bajo su amparo concluyeron las obras de techado del centro, que fueron bendecidas el 24 de julio de 1928. La construcción entraba en su recta final, si bien pasarían otros seis años para la inauguración del edificio, que se celebró en 1935. El doctor Pérez Mateos, subsecretario de Sanidad, fue el encargado de culminar el proyecto. En 1931, el centro pasó a manos estatales. A la ceremonia oficial de apertura, realizada el domingo 17 de noviembre, acudió el ministro de Trabajo, Federico Salmón.
Después de la Guerra Civil, y obviando la dilatada historia del inmueble, los periódicos atribuyeron al dictador Francisco Franco la idea de construir este sanatorio. «Hoy España, por voluntad del Caudillo, atiende y cuida a los enfermos», rezaría un titular.
Funciones en el Teatro Romea, corridas de toros benéficas y cuestaciones populares en la ciudad de Murcia permitieron que el proyecto se hiciera realidad. El edificio, orientado a mediodía, estaba rodeado de una tupida capa de pinos, a menos de un kilómetro del Pico del Morrón, cubierto en aquellos años de nieves perpetuas. Contaba con 250 habitaciones, amplias, con dos camas cada una, y dotadas de grandes ventanales. Hasta once pararrayos protegían el inmueble.
Las cifras de muertos por la tuberculosis en la década de los años treinta son aterradoras. Sólo en 1932 fallecieron 28.000 españoles. La enfermedad cundía entre los jornaleros, siempre mal alimentados, en casuchas sin ventilación, donde se hacinaban familias enteras, presas del frío, sin ropas de abrigo adecuadas.
La apertura del sanatorio fue su última oportunidad de suavizar los embates de la dolencia. Pero la auténtica revolución en los tratamientos se produjo con el descubrimiento de la estreptomicina en 1943. Era el primer antibiótico de la era de la quimioterapia que se usó contra la tuberculosis.
Comienza la leyenda
La estreptomicina permitió dar el alta a gran número de pacientes, que fueron desalojando el sanatorio. El resto fue trasladado a Albacete y en 1962 el edificio fue clausurado. Entonces, el Ayuntamiento de Murcia, reunido en sesión plenaria el día 24 de mayo de aquel año, pidió la reapertura.
En aquella moción se hizo constar que el sanatorio, pese a estar ubicado en Alhama, había sido sufragado por vecinos de la capital, por lo que era de justicia que la propiedad revertiera al Consistorio. También se propuso que se destinara a programar colonias populares para niños necesitados. Entretanto, en el centro sólo quedaban las Hermanas de la Caridad, esperando nuevo destino.
En los años ochenta, el Gobierno regional procedió a la reapertura del sanatorio, después de rehabilitar la antigua casa de curas y transformarla en albergue juvenil. Pero la leyenda negra del edificio había crecido demasiado. Y aún crecería más. Algunos de los pocos jóvenes que pernoctaron en aquel lugar aseguraron haber escuchado lamentos y ruidos inexplicables. Incluso alguien reveló que el espectro de una extraña dama, vestida de blanco, se paseaba por los corredores abandonados. De hecho, incluso existen peticiones de traslado de varios miembros del personal al cuidado del inmueble. Uno de los casos más sorprendentes sucedió hace unos años, mientras un grupo de militares pasaba la noche en el sanatorio, abandonado desde 1995. Uno de ellos, quien hacía guardia, despertó a los demás con un ráfaga de fusil. Iba destinada a un ente, de color verde, que heló la sangre de cuantos lo presenciaron. En la actualidad, el sanatorio es muy frecuentado por parapsicólogos y se cuentan por decenas las supuestas psicofonías registradas. Lo que nadie niega es que el edificio condensó durante décadas la agonía de tantas almas y tantas tristes historias que lo convirtieron en el vestíbulo del cementerio. Y quizá aún quedan entre sus paredes los ecos de aquellas tragedias.
Aquí podéis ver dos vídeos documentales
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