Hacia lo desconocido

Iniciamos un viaje hacia los lugares con misterio del mundo. Aquí podreis ver reunidos en un solo blog: Castillos, casas encantadas, lugares con leyendas, cementerios... Un catálogo con todos aquellos sitios que merecen la pena visitar por contenido paranormal o legendario.

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viernes, 7 de septiembre de 2012

Palacio de Linares. Madrid


Ubicado en Madrid: El Palacio de Linares, hoy Casa de América, fue un encargo del marqués de Linares al arquitecto Carlos Colubí. Entre 1873 y 1888, Carlos Colubí, Manuel Aníbal Álvarez y Adolphe Ombrecht construyeron el suntuoso palacio, de estilo barroco francés.
Don José de Murga, marqués de Linares, era el segundo hijo del acaudalado financiero Mateo de Murga y Michelena y Margarita Reolid y Gómez. El 10 de junio de 1858, José se casó con Raimunda de Osorio y Ortega, miembro de una noble familia gallega. En 1873, el rey Amadeo I de Saboya concedió a José el título de marqués de Linares. Posteriormente, el marqués añadió a su noble currículum el título de vizconde de Llanteno y la Cruz de Isabel la católica. Los marqueses de Linares dedicaron gran parte de su vida a financiar obras benéficas. Sin embargo, los esposos no hicieron vida conyugal. El marqués vivía en la planta baja del palacio y la marquesa en la planta superior. El matrimonio no tuvo hijos, pero adoptó la hija de uno de sus más fieles empleados, Federico Avecilla Aguado. Raimunda Avecilla, apodada cariñosamente “Mundita”, fue la alegría del matrimonio y la heredera del Palacio de Linares. De la otra niña que vivía en el palacio nada se sabe. La marquesa murió el 27 de octubre de 1901 y su esposo el 9 de abril de 1902, ambos a la edad de 69 años. Los marqueses de Linares reposan en la cripta del hospital de San José y San Raimundo, en Linares (Jaén, Andalucía). Y ahí acaba la versión oficial.
La leyenda cuenta que el padre del marqués de Linares vivió un tórrido romance con una humilde vendedora de tabaco, del que nació una hija. La fatalidad quiso que José de Murga se enamorara perdidamente de ella. Cuando José confesó a su padre la identidad de su novia, éste reaccionó mandando a su hijo a estudiar a Londres. Poco después, la muerte sorprendió al padre de José, quien volvió de Londres y se casó con su amada Raimunda. Un buen día, el marqués de Linares encontró una carta dirigida a él en el escritorio de su difunto padre. Entre lágrimas de incredulidad, el joven marqués leyó: “Te habrá sorprendido, querido hijo, mi reacción, después de haberte dicho tantas veces lo contrario, a la confesión de tu amor por la hija de la estanquera; ¡pero es que esa muchacha es tu hermana!”. La noticia cayó como una losa entre los amantes esposos, que decidieron recurrir al papa León XXIII. El Santo Padre les permitió vivir juntos, pero les conminó a vivir en castidad el resto de sus vidas. Meses después, Raimunda dio a luz a una hija fruto de su pecado. La leyenda dice que los esposos decidieron ahogar al bebé recién nacido y la emparedaron en una estancia del Palacio de Linares. Después se trasladaron a vivir en distintas plantas del palacio. Sin embargo, existen otras versiones sobre la supuesta hija que los marqueses tuvieron en común. Para algunos, la ahijada de la pareja, Raimunda Avecilla, era en realidad la hija natural de ambos, a la que decidieron adoptar para guardar las apariencias. Otros afirman que los marqueses enviaron a su hija recién nacida, a la que llamaron María Rosales, a un hospicio de un pueblo de Valladolid, donde pasó su juventud. En su espalda tenía tatuados el escudo familiar y en su brazo las iniciales M.L (Marqués de Linares), para que en un futuro pudiera reclamar su millonaria herencia. Las lenguas viperinas dicen que a pesar de la imposición de castidad los marqueses no pudieron resistirse a la pasión que sentía el uno por el otro y concibieron una segunda niña, a la que llamaron Sara.
Un año antes de que los medios de comunicación informaran de los extraños fenómenos ocurridos en el Palacio de Linares, éste ya había sido objeto de estudio de un prestigioso equipo de investigadores. Durante 1989, el Palacio de Linares fue cuidadosamente rastreado, analizado y fotografiado por el prestigioso equipo de parapsicólogos del sacerdote jesuita José María Pilón. Los investigadores confirmaron que en el Palacio había algo anormal. Frecuentemente, la temperatura de las habitaciones descendía hasta diez grados bajo cero, incluso en verano. La tranquilidad y quietud de la capilla del Palacio se veía interrumpida por el sonido de una música de órgano. Las fotografías reflejaban unos extraños campos energéticos que hacían presagiar la existencia de fantasmas o espíritus. El equipo del padre Pilón descubrió la existencia de una poderosa fuente de energía que parecía proceder de la capilla. La hipótesis de los investigadores contemplaba la posibilidad de que bajo el frío suelo de mármol se hallaran restos humanos. Paloma Navarrete, miembro del equipo, declaró haber visto el fantasma de una niña pequeña de cabello rizado y vestida de blanco que corría por el salón de baile. Ante estos hechos, la versión de que los marqueses y hermanos de Linares habían asesinado a la hija fruto de su pecado cobró mayor fuerza.
El informe definitivo que el Padre Pilón entregó al Ayuntamiento de Madrid el 4 de junio de 1989 concluía que el Palacio de Linares estaba invadido por campos energéticos cuyo origen se debía a un dramático desenlace familiar. Según el padre Pilón, el Palacio de Linares reunía las condiciones físicas adecuadas, dada su ubicación en una zona de corrientes subterráneas, para que se manifestaran fantasmas y espíritus.
Durante muchos años se dijo que sobre el Palacio de Linares pesaba una maldición centenaria. Los sucesivos propietarios del Palacio, la Confederación de Cajas de Ahorro y la empresa Teseo nunca llegaron a habitarlo. Los vigilantes de seguridad solicitaban su traslado en cuanto pasaban un par de noches en el edificio. En 1988 el empresario Emiliano Revilla adquirió el palacio, vendiéndolo un año después al Ayuntamiento de Madrid.
Hoy en día, transformado en la Casa de América, hay quienes dicen que algunas noches puede verse a los fantasmas de los marqueses, vagando desconsolados por sus respectivas habitaciones del palacio, cumpliendo así su eterna condena de separación.

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